Suelo escribir todo tipo de textos cuando estoy aburrido o cuando me dejan un trabajo en la U, este es el último que escribí.. espero que les guste, es un cuento! El cura le preguntó a Clarissa si estaba dispuesta a casarse con Martín, que lo que Dios a unido no lo destruya el hombre, que estén juntos hasta que la muerte los separe, en las buenas o en las malas, y no sé cuántas sartas de frases ridículas más. Total, ¿a quién le importa?, si al final cada uno hace de las suyas. Sintió el desdén en su voz, sí, acepto. Los declaro marido y mujer, respondió el cura, puedes besar a la novia, Martín.
Y así fue como comenzó el infierno de Martín, quien era bastante mayor que Clarissa: fácilmente podría pensarse que se trataba de un padre y su hija. Él era profesor de maestría y conoció a su amada en la universidad. Ella era una recién egresada que lo fue seduciendo sin levantar sospechas entre sus ingenuos compañeros de clase. Martín era un señor viudo y bastante acomodado que trabajaba por puro placer; Clarissa, una ambiciosa joven de clase media a quien no le importaba pasar por encima de cualquiera con tal de conseguir sus objetivos, porque el mundo está hecho para la gente que domina sus sentimientos, no para los que se dejan someter por estos, y yo, definitivamente, soy del primer tipo.
La fría tarde después del primer examen, Martín fue testigo de cómo su alumna esperó que todos entreguen el complicado papel para dar el suyo. Ambos salieron del salón juntos. Ya en el estacionamiento, él se ofreció a llevarla, pues eran más de las diez de la noche y no son horas para que una jovencita decente ande por la calle sola, te puede ocurrir algo. El invierno era infernal, se vieron en la necesidad de detenerse en un café. Los movimientos de Clarissa estaban fríamente calculados: derramó el líquido caliente sobre la camisa de Martín y, apenada, se ofreció a descafeinar su prenda en casa con los productos mágicos de su difunta madre, Chabela.
—No te preocupes, no es nada.
— ¡Cómo que no es nada, profesor! —Martín notó la preocupación en la voz de la muchacha—. Usted no puede quedarse así.
Ante la insistencia, accedió. En el fondo, se sentía atraído por Clarissa: era como una mezcla perfecta de “Vicky, la robot” y “Mi bella genio”, sin duda la mejor del aula. Ya encontrándose ambos en la humilde vivienda, entre tantos roces, cursilerías y descarados tocamientos pasó lo que quería conseguir, tenerlo comiendo de la palma de mi mano. Y fue así como Clarissa inició su camino al fin, un fin que justificaría los medios. Y así fue como Martín quedó atrapado en la telaraña tejida por Clarissa. Y ambos estaban ahora en un círculo vicioso momentáneo, un círculo con una tangente que pronto lo rompería.
Ella parecería ser una actriz frustrada: el conejillo de indias de Martín nunca sospechó que Clarissa estaba con él solo por interés. Le compraba todo: prendas de vestir, que delineaban la perfecta silueta de su cuerpo; zapatos aguja, que dejaban al descubierto sus coquetas uñas pintadas con esmalte comprado en el mercado; finas joyas, que enceguecían a todo aquel que se atreva a mirar la piel donde estas reposaban; un auto color rojo escarlata, que al estar dentro la hacía parecer una diva de la música pop; y muchos antojos, muchísimos más. Nada es suficiente, siempre quería más. Y fue por eso que al año me decidí a llevarlo al altar. Y con tan poco tiempo me compró un anillo estupendo.
Sin embargo, Martín se negó a cumplirle uno de sus deseos: regalarle una tarjeta de crédito con saldo infinito, porque es mucho peligro para una mujer, no puedes andarte exhibiendo con tanta plata en la tarjeta, ¿y si te obligan a retirar todo?, no, no me pidas eso, no soportaría que te pase nada malo. Además, ¿para qué?, si yo te lo doy todo, mi amor. Ella estaba desconcertada, sabía que no podría disfrutar de toda la fortuna del viejo papanatas por el momento, a no ser que este muriera o sufriese un accidente, claro.
Clarissa necesitaba emprender su vida con alguien más contemporáneo a su edad, alguien que verdaderamente la haga sentir mujer, alguien que le guste divertirse sin importar las consecuencias: un hombre con el que pueda gozar de los placeres más exquisitos de la existencia. Pero necesitaba dinero y el senil estúpido no estaba dispuesto a dárselo, tampoco estaba dispuesta a perder o vender todas sus pertenencias. ¿Y si me divorcio? Maldita sea, estamos casados por bienes separados. Clarissa no podía darse el lujo de perder ningún centavo.
Ya estaba cansada de fingir amor. Harta de sobreactuar orgasmos pre-meditados en la cama de agua. Enferma de tantos achaques que invadían la salud de Martín. Era hora de hacer algo. Y así fue como ideó un plan con el objetivo de arrebatarle por lo menos la mitad de la fortuna. Lo llevaría a cabo al día siguiente, solo me hace falta una pistola; la cuerda y la cinta adhesiva las puedo conseguir en casa. Estas serían las últimas horas en que jugaría a seguir siendo la esposa abnegada y entregada a su marido.
Martín tenía la costumbre de ver el canal de deportes en la sala y quedarse dormido, pero esta vez no era así: sus longevos ojos parecían estar más atentos que nunca, como si un par de ganchos de ropa los pinchasen de la ceja al párpado. Clarissa no soportaba más, he de actuar.
—Mi amor, toma una tasita de té — le dijo Clarissa, con un gesto de complicidad, pues había colocado un polvo somnífero en la bebida.
Al cabo de escasos minutos, Martín cayó bajo el efecto de la pastilla disuelta. Rápidamente, Clarissa lo ató de manos, pies y colocó una mordaza en su boca reinante de dientes postizos. Buscó su tarjeta de crédito y sacó algo del dinero de la caja fuerte. Cuando Martín reaccionó la vio frente a él, apuntándolo con la pistola y esbozando palabras que consumían su relación. Ahora me das la clave de tus tarjetas, viejo de mierda, o sino te vuelo los sesos. Él se negaba, ella lo amenazaba presionando levemente el gatillo. De repente, entró a la habitación un hombre joven, gordo y bastante alto. Al ver a Martín en ese estado, corrió hacia él, lo desató y entre sollozos comenzó a besarlo. Atónita, Clarissa no se atrevió a balearlos, solo estaba sorprendida: se dio cuenta que estaba frenta a pareja homosexual. Ante tal sorpresa, se desmayó. Tiempo suficiente para que ambos hombres reviertan la situación.
Ahora Clarissa yace en una cárcel pagando por un crimen que nunca llegó a cometer, aunque se lo merece esa perra de mierda, por haberme querido matar.