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 (Cuento Propio) Don Vicente y el paso de las décadas

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iChevi
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MensajeTema: (Cuento Propio) Don Vicente y el paso de las décadas   (Cuento Propio) Don Vicente y el paso de las décadas EmptyMiér Oct 24, 2012 2:25 pm

Well, para revivir esta parte del foro que siempre me gustó mucho. Hace unos días escribí este pequeño cuento, espero que les guste y me digan qué tal quedó.. Laughing

Don Vicente y el paso de las décadas

Han transcurrido muchos años desde entonces, piensa Don Vicente mientras realiza el mismo movimiento con la aguja nerviosa. Incertidumbre, culpabilidad y dudas no dejan de dar vueltas en su cabeza, como las premoniciones que atormentan a un procesado minutos antes de que el juez dicte su condena. Él es conciente que un vestido no podrá subsanar las carencias que, por su culpa, deben haber pasado su hija y su ya fallecida esposa. Sin embargo, Don Vicente está dispuesto a sanar las heridas del pasado a través de su nieta, porque ya tiene una y tan solo la idea de verse convertido en un abuelito chocho produce en su cuerpo un frío bastante dulce. Una culposa gota de sudor cae sobre la tela rosada y él, en un pestañear de ojos, va corriendo en busca de un trapo para secarla. Él quiere que todo salga perfecto, que su hija acepte su perdón, que su nieta adore el vestido y pasar los pocos años de vida le quedan junto a ellas. El vestidito quedó hermoso. Tan hermoso que llegó a pensar que su hija podría perdonarlo así él se hubiera ausentado por otros treinta años más.

Esa noche Don Vicente no pudo dormir tranquilo. Daba vueltas en la cama, prendía la luz una y otra vez y, por lo menos dos a tres veces cada hora, corría desesperado al baño para secarse el sudor. El Domingo se levantó más temprano que de costumbre. Su corazón latía fuerte, tan pero tan fuerte que su sonar podría haberse escuchado en todos los departamentos del edificio e incluso despertar a los vecinos de sueño más profundo. La brisa marina, característica de su querido Miraflores, lo visitaba de rato en rato mientras se alistaba para el encuentro. Preparó su traje, su camisa, sus zapatos y un vaso de wisky. Un vaso de wisky que lo ayude a enfrentar la cobardía que hace tres décadas había cometido. Dobló con sumo cuidado el vestidito rosado y lo metió en una bolsa de regalo que esperaba ansiosa ser llenada. Antes de salir de casa se vió al espejo. He ahí Don Vicente: el elegante traje John Holden, la camisa de Tommy Hilfiger, los brillosos zapatos Kenneth Cole y la corbata michi del mercado central. Se sumergió en la más profunda culpabilidad y decidió despojarse de esa ropa que le quemaba las entrañas. He ahí nuevamente Don Vicente frente a su reflejo: buzo negro, zapatillas blancas y una gorrita de esas que regalan durante las campañas electorales. Dió un suspiro de alivio y salió de casa.

San Juan de Lurigancho era el destino. La misma quinta donde él vivió junto a su mujer y su hija durante tres escasos años. Sí, porque alguna vez Don Vicente no tuvo de lo que ahora goza y, ya estando cada vez más cerca, fue que entendió el por qué de su cobarde decisión. Al entrar por la angosta reja sintió como si un hedor opaco se apoderara del ambiente. Mujeres lavando ropa, niños jugando y hombres tomando cerveza. ¿Y si alguna de esas personas fuera su hija, su nieta o posiblemente su yerno? Aceleró el paso y se estacionó ante la casa que alguna vez fue su hogar. Nada había cambiado: la misma puerta carcomida por los años, el mismo color crema que alguna vez fue blanco, las mismas ventanas cada vez más opacas. Sentía muchos nervios, como los que siente un padre al estar en la sala de espera mientras su mujer da a luz. Aguardó algunos minutos frente a la puerta, respiró profundamente y decidió enfrentarse al pasado.

Estaba por tocar la puerta, pensando en que se podría romper de lo vieja que era, cuando, de repente, un hombre que apestaba a licor barato le tocó el hombro por detrás y le preguntó quién era y si es que tenía cita. Don Vicente solo atinó a decirle que buscaba a Martha, Martha Quispe. El hombre tocó la puerta de manera brusca y, antes de retirarse para seguir dando curso a la botella, le advirtió que él no era celoso: palabras de borracho que Don Vicente, aunque intentó, no alcanzó a comprender. Se abrió la puerta y una pequeña niña de aproximadamente cinco años salió de ella con una bolsita de caramelos. Le dijo que mami lo esperaba adentro y si es que podía comprarle alguno de sus caramelitos de limón, que tan solo estaban a diez céntimos cada uno y, si es que le compraba cinco, ella le regalaba uno, pero que no le diga nada a su mamita por que luego le pega . Don Vicente no pudo pronunciar palabra alguna y solo observó pasmado como la niña salió corriendo fuera de la quinta, dejando la puerta de par en par. Entró de manera sigilosa: una mujer golpeada y vestida como prostituta aguardaba su llegada pidiéndole acabar rápido con el asunto, que no era el único cliente del día y peor aún por ser Domingo. Huyó despavorido, dejando caer la bolsita que contenía el vestido. De regreso a su departamento, entre sollozos y lamentos, comprendió que hay errores que ni el tiempo, ni el dinero y ni siquiera un vestidito rosado hecho a mano pueden sanar.
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